PRINCIPIO
-A
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ulladora Mistyc Wind,
Maestra Narradora. ¿Es consciente de la razón por la que ha sido llamada ante
este tribunal?
Y
allí estaba yo, de pie frente a esos vejestorios, encadenada de pies y manos
mientras toda aquella farsa era retransmitida a través de las múltiples
pantallas flotantes.
-Por
el Escritor, ¿podemos acabar con esto de una vez? Los pies me están matando.-
Me limité a responder pasando el peso de mi cuerpo de una pierna a otra.
-Ha
sido acusada de relacionarse con un personaje de Stories World, y de intervenir
en su historia.- Continuó con su interminable retahíla del barbudo y canoso
Copista.- ¿Cómo se declara ante estas acusaciones tan graves?
[NanFe © DeviantArt] |
Menudo puñado de imbéciles hipócritas. Qué dignos y respetables parecían ante los miles de ojos que lo estaban observando todo, desde los diferentes lugares de Stories World.
Para
ellos yo era una abominación: hija de una narradora y una semi-bestia al que
salvó de morir en una sádica cacería, junto a su clan. A pesar del sumo cuidado
con que llevaron su relación, finalmente el Consejo lo descubrió. Afortunadamente
mi madre ya estaba embarazada de mí, por lo que pudo tener unos meses más de
vida, hasta que terminara el período de lactancia. Después de eso se celebró el
juicio.
Es
curioso que tras veinte años el Copista volviera a repetir aquellas mismas
acusaciones a la hija de la Traidora. En fin, la rebeldía era algo que llevaba
en la sangre.
-Supongo
que todo ello me declara culpable.- Respondí con una media sonrisa, mirándolo directamente
a los ojos, desafiante.-Pero, ¿sabéis qué? Volvería a hacerlo sin dudarlo.
Tal
y cómo mi madre les había hecho prometer antes de la ejecución, ante todos los
habitantes de Stories World, el Consejo me tomó bajo su cuidado. Muy a
regañadientes me instruyeron en los secretos de la narración, aunque eso no les
impidió recordarme en todo momento mis orígenes malditos.
Para
todos tan sólo era un error al que permitían seguir existiendo.
Seguro,
mis queridos lectores, que os estaréis preguntando qué estaba haciendo mi padre
durante ese tiempo: El muy cobarde había huido, abandonándonos a mi madre y a
mí con aquellas hienas.
«Desgraciado…
espero que estés pudriéndote en el Olvido.»- Maldije furiosa en mi interior, sintiendo
cómo una dolorosa punzada recorría mi maltrecha mano izquierda.
Gracias
al Escritor, la soledad que se había alojado en mi alma comenzó a disiparse el
día en que la conocí:
Cómo hacía todas las mañanas tras
desayunar mi taza de chocolate, cabizbaja y, con mis penetrantes ojos
almendrados, mirando fijamente al suelo, me dirigí a la sala de Redacción
número siete.
Era una amplia habitación circular,
cuyas paredes estaban cubiertas por gigantescas estanterías repletas con
cientos de libros. En el centro había un elegante atril de mármol, con un libro
en el que cada día aparecían nuevas páginas en blanco, deseosas de ser escritas
con la pluma, roja escarlata, que había junto a él.
-Soy Mistic Wind, y cómo Maestra
Narradora estoy destinada a relatar toda historia digna de perdurar en la
eternidad.- Recité con desgana, recargada contra el atril de brazos cruzados,
mirando al vacío.-En nombre del Escritor, muéstramela.
Y como cada día, la sala comenzó a
cambiar hasta transformarse en el escenario donde se irían sucediendo los
diferentes acontecimientos. En aquella ocasión fueron las entrañas de una
extraña maquinaria de grandes dimensiones, cuyo corazón se detuvo hacía ya
muchos siglos.
[ Imagen Cris Ortega ©] |
-Sael, ¿te falta mucho?- Le
preguntó el aguerrido caballero al entrar en la sala.
En fin, os pondré un poco al día:
Aquel caballero era Rûnan, uno de los más fieles sirvientes del Señor de Lambers.
Gracias a él, pudieron proteger a sus habitantes de los Centauros de la Estepa.
Era un guardián para el pueblo y un héroe para sus tropas. Pero ahora debía
enfrentarse a uno de sus peores enemigos: a un miserable traidor que se había
aliado con los Demonios Fatuos. Por ello precisaba de un arma legendaria capaz
de vencerlos… y ahí es donde aparecía la excéntrica Tecno-Maga.
-No seas tan impaciente,
musculitos.- Respondió volviéndose hacia él, al tiempo que se colocaba las
gafas tipo esquiador sobre la frente.-La katana ya la tendría prácticamente
terminada si tuviera la Sangre de Ángel. Pero, ¿me la has traído? No, ¿verdad?
Pues entonces no me metas prisa.- Añadió sacudiéndose sus polvorientas ropas estilo
steampunk, para luego dirigirse a uno de los enormes engranajes donde colgó su
pesado cinturón de herramientas.
-¿Y dónde se supone que voy a
encontrar eso?- Le cuestionó Rûnan, exasperado, viendo cómo se abrochaba en la
muñeca izquierda una especie de reloj de arena horizontal, rellena con polvo de
estrellas.
-Ah, eso es cosa tuya caballero, yo
solo soy una humilde maga inventora.- Se limitó a decir girando el reloj un cuarto
a la izquierda.-Pero no te preocupes, seguro que al final se te ocurre algo. En
fin, ¿quieres quedarte a ver para qué funciona esto? El otro día soñé que lo
construía, y, bueno, la curiosidad me llevó a hacer realidad mi sueño.
-Ni hablar, no quiero explotar en
mil pedazos.- Se despidió saliendo rápidamente del Gólem mecánico, algo
frustrado ante la búsqueda que tenía que emprender.
Sael Gears tendría unos dos o tres
años más que yo. A pesar de estar manchada de grasiento aceite y otros
productos, tanto mágicos como químicos, podía apreciarse su piel tan blanca
como la nieve. Ojos de un brillante color turquesa, cabello largo ondulado, tan
negro como la noche con destellos plateados como la luz de la luna, y que
siempre llevaba recogido en una voluminosa trenza. Como narradora debería haber
seguido a Rûnan pero quería saber para que servía aquel extraño objeto, y,
además, aquella chica desde la primera vez que la vi me llamó mucho la
atención: No era como los demás.
-Por favor que sea una puerta
astral, por favor que sea una puerta astral, por favor que sea una puerta
astral…- Estuvo repitiendo una y otra vez cruzando los dedos, cuando el reloj
comenzó a brillar con una deslumbrante luz turquesa.
Y después de eso… nada más.
-Menudo fiasco, esperaba algo más
espectacular.- Me dije en voz alta, con la intención de seguir a Rûnan.
-¡¿Q… quién ha dicho eso?!- Exclamó
Sael mirando a todas partes, alarmada.
Venga ya, ¿podía escucharme? Eso
era algo imposible, ambas nos encontrábamos en diferentes dimensiones. Yo no
estaba allí físicamente, tan solo era una espectadora: ¡¿cómo era posible que
aquella chica hubiera logrado establecer un puente interdimensional?!
-Es de muy mala educación no
presentarse, y además menospreciar el trabajo de otros.- Me advirtió con el
ceño fruncido, y en guardia por si tenía que lanzar algún hechizo contra aquel
enemigo invisible.-Yo soy…
-Sé cómo te llamas.- La interrumpí
con voz cortante.
No debería estar hablando con
ningún personaje. Interferir en sus historias era el peor delito que pudiera
cometer ningún Narrador, ya que estarían usurpando la función del Escritor.
-¿Quién eres?
Pero la soledad era un veneno tan
letal, que en más de una ocasión me había tentado a inducirme en el Sueño de la
Muerte, y reunirme con el Escritor.
-Me llamo Aulladora.
No tenía nada que perder. Yo no
vivía, tan solo me limitaba a respirar, comer, cumplir mi función como
Narradora, y dormir. Cada día lo mismo, sin que nadie quisiera hablarme a no
ser que fuera estrictamente necesario, nadie quería conocerme. Mis únicos
amigos eran los libros.
-Y soy una Maestra Narradora.
Quizás hubiera aún una pizca de
luz… quizás había llegado la hora de empezar a vivir.
-Muy
a nuestro pesar, el Consejo se ve obligado a aplicarle la pena máxima ante sus
confesados crímenes.- Decretó el Copista sosteniendo mi mirada con rostro
inescrutable.-La ejecución se llevará a cabo inmediatamente.
Me
daba la sensación de que más de uno iba a disfrutar con mi decapitación. Qué
le vamos a hacer, fue maravilloso mientras duró. Al menos iba a morir siendo
por primera vez feliz, y sabiendo que el destino de mi amiga ya no estaba
ligado al trágico final de Lambers.
-Qué
el Escritor se apiade de tu alma, y se halle en la Eternidad junto a Él.
«No
creo que lo deseé de verdad.»- Pensé con una irónica sonrisa, al tiempo que
apoyaba el cuello sobre el frío pedestal de piedra.-«Me pregunto, ¿cuál sería
el último pensamiento de mi madre?»- El escalofriante sonido del hacha cortando
el aire, fue haciéndose cada vez más cercano y mortal.-«¿Sería en mí?»
Aquel
hubiera sido mi final, pero como dice el título de este relato:
Esto sólo es el principio de mi historia.
Es muy buen principio de una original historia.
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