Renegadas
¿N
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unca os ha sucedido,
mis queridos lectores, que leyendo un libro o viendo una película habéis
deseado ayudar a los pobres personajes en su sufrimiento? ¿Intentar buscar la
felicidad de estos? Pues eso mismo sentí yo cuando supe que el mismísimo Theon,
hijo del Señor de Lambers, era el traidor que se había aliado con los Demonios
Fatuos.
Tenía que advertir a Sael antes de que fuera demasiado tarde. Por desgracia el reloj interdimensional sólo podía mantener la conexión una escasa media hora, y luego debía estar recargándose durante toda la noche, bajo la luz de las estrellas.
-¡Sael!
¡Los Fatuos vienen hacia aquí!- La llamaba una y otra vez a voz en grito, pero
ella seguía soldando como si nada una de las piezas claves del gólem. Tal y
cómo me había confiado esa mañana, uno de sus sueños era volverlo a poner en
funcionamiento.- ¡Tienes que escapar!
Intenté
zarandearla, tirar objetos para llamar su atención, pero era inútil. Todo
aquello no existía en mi dimensión, eran simples ilusiones… incluso ella misma
lo era. No podía protegerla, ¡no podía hacer absolutamente nada!
Fue
entonces cuando el enemigo atacó bajo las órdenes de Theon, aprovechando que
Rûnan había ido en busca de la Sangre de Ángel. En pocos minutos el castillo y
sus alrededores eran consumidos por ávidas y enfurecidas llamas. El caos y la
desesperación se apoderaron rápidamente de los aterrados corazones de sus
habitantes, que veían impotentes cómo aquel sobrenatural fuego, azul verdoso,
lo devastaba todo a su paso: incluidos ellos mismos, que morían entre agónicos
gritos, sintiendo como sus huesos se derretían como la cera de una vela.
Afortunadamente,
Sael supo reaccionar a tiempo. En cuanto se deshizo del asqueroso Fatuo que se coló en el gigantesco
gólem, salió al exterior con su revólver de hechizos, dispuesta para la lucha.
Aquel era el invento del que se sentía más orgullosa, ya que con cada disparo,
tras murmurar las palabras pertinentes, podía lanzar el hechizo que deseara. Lo
malo era que, cuando gastaba los seis cartuchos, la recarga debía hacerse
manualmente: uno por uno.
Fue
en ese instante cuando Theon decidió acabar con aquella fastidiosa mosca.
-¡Maldito
monstruo!
Sólo
tenía una oportunidad…
-¡Me
niego a narrar esta masacre!
…
y me aferré a ella como a un clavo ardiendo.
Empuñando
mi pluma escarlata corrí hacia el autoproclamado “Soberano del Tercer Mundo”,
que estaba alzando su bastarda para hundirla con todas sus fuerzas en el pecho
de Sael.
-¡Vete…
al… Infierno! - Grité entre airados aullidos, al tiempo que le apuñalaba
brutalmente una y otra vez en el cuello, salpicándome su sangre, como una
fuente, contra mi rostro.
Desde
mi primer encuentro con Sael, comencé a investigar sobre la Escritura
Interdimensional, algo tan sólo reservado para el Copista. Pero, bueno, a esas
alturas romper una regla más tampoco importaba mucho.
-¡Salvaje
insolente!- Maldijo Theon el Sanguinario, agarrándome por el cuello para luego
lanzarme por encima del hombro contra el ceniciento suelo.
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Según
el Libro de los Cronistas, un Narrador podía adentrarse en los mundos de Stories
World a través de algún elemento forjado en el corazón del universo, y con el
que tuviera un vínculo de sangre. Por ello, una vez la pluma entró en contacto
con la carne de Theon mi segura biblioteca desapareció para dar paso a la
temible realidad: me había transportado al Tercer Mundo del Universo de Stories
World, concretamente al Reino de Lambers.
-¡Corre!
¡Escapa!- Le ordené a Sael entre dolorosos gemidos, al sentir todo el peso del
pie del Sanguinario contra mi torso.
-¿Aulladora?-
Exclamó, incrédula, al reconocer mi voz.
Ante
su mirada de horror y rechazo no pude evitar sonreír. La verdad es que yo no
era ningún regalo para la vista: orejas tan puntiagudas como las de un lobo,
garras negras y afiladas como las de un oso, ojos rasgados cual víbora, y
colmillos tan puntiagudos como las fauces de un tiburón.
En
fin, una de las desventajas de ser un tercio bestia.
-Vaya,
que escena tan encantadora…- Comentó Theon con sarcasmo, posicionando su
imponente espada de negro metal contra mi cuello.-…que pena que se acabe tan
pronto.
Pero
antes de que pudiera si quiera introducir la hoja un milímetro en mi yugular,
Sael disparó un hechizo contra el entrecejo del Sanguinario, que retrocedió
espantado ante la repentina ceguera que sufría.
-Tienes
que irte.- Me limité a decir, mientras me incorporaba rápidamente.
-Y
tú conmigo.- Respondió con gesto serio, tomándome de una de mis garras.
Si
os soy sincera, aquel sencillo gesto me desconcertó un poco. No…no estaba
acostumbrada al contacto con otras personas, pues las pocas que conocía siempre
habían intentado evitar si quiera rozarme, repugnadas ante mi mera existencia.
-Lo
siento, pero no puedo.- Dije, bajando la vista, al tiempo que me zafaba de su
agarre.-Cuando el vínculo que he invocado se rompa, volveré a la Redacción con
el resto de Narradores. Sólo he venido para hacerte ganar algo de tiempo.-
Añadí intentando transmitirle confianza y seguridad, a través de una amplia
sonrisa que me forcé en mostrar.-Pero tranquila, seguiremos en contacto.
Durante
unos segundos se quedó mirándome con sus profundos ojos turquesas, ahora
apagados y tristes ante la lucha que se estaba produciendo en su interior.
-Lo
siento, pero no puedo dejar… ¡cuidado!- Exclamó de pronto, al ver cómo el Sanguinario
se abalanzaba airado contra nosotras.
Con
velocidad sobrehumana me volví hacia él, para sujetarlo por la muñeca con mi
mano derecha. Desgraciadamente no llegué a tiempo con la izquierda, que fue
seccionada por la feroz espada junto con la pluma.
-¡Corre!-
Grité llena de dolor antes de desvanecerme y volver a la sala número siete,
donde ya me estaba esperando el Consejo para arrestarme.
Nada escapaba a los ojos del Copista.
-¡Ey!
Por fin te has despertado.- Anunció victoriosa cuando logré abrir los
ojos.-Menos mal, porque empezaba a aburrirme.
Justo
antes de que el verdugo lograra cumplir su trabajo, Sael disparó uno de sus
hechizos, sirviéndose de una de las pantallas flotantes, que desintegró la
afilada hoja del arma. Sin perder el tiempo lanzó una pequeña cajita, en cuyo
interior estaban los restos de mi pluma, aún con la sangre de Theon.
Rápidamente,
aprovechando el caos y el desconcierto que había originado el inesperado ataque
de Sael, junté torpemente ambos trozos con la mano sana mientras restablecía el
antiguo vínculo que unía aquel objeto con el Reino de Lambers.
Al
estar la pluma en tan mal estado podían suceder dos cosas: o me llevaba hasta
donde estaba Sael o me hacía explotar en mil pedazos.
Gracias
al Escritor sucedió lo primero.
-¿Cómo
lo hiciste?- Le pregunté algo adormilada, sentándome sobre el pequeño camastro
que había oculto en un estrecho hueco de la maquinaria.- ¿Cómo lograste enviar
los hechizos?
-Mientras
estabas encarcelada, estuvieron construyendo cientos de pantallas a lo largo de
todos los mundos para retransmitir el juicio.- Me explicaba sin apartar la
vista del dibujo que estaba haciendo en su escritorio de metal, a la luz de la
pequeña linterna que llevaba incorporada en sus gafas.-Así que me hice pasar
por uno de los obreros, por lo que pude manipular la pantalla para que
absorbiera mi magia y la devolviera al receptor que reflejaba la imagen de
nuestro mundo en el juzgado. Por ello también revestí la caja con un poco de mi
magia, y que así pudiera llegar hasta ti.- Añadió como si eso fuera lo más fácil
del mundo.- Lo difícil fue escapar de los soldados que comenzaron a
perseguirme.
Tras
concluir con su explicación el silencio reinó en el caótico lugar, tan solo
roto por las idas y venidas de Sael. Quién, tras guardar el papel en uno de los
bolsillos de su vestimenta, se dispuso a recogerlo todo.
Por
la Tinta del Escritor: y ahora, ¿qué? ¿Qué se suponía que debía hacer? Ya no
era una narradora, sino una fugitiva mutilada, y sin ningún propósito que
seguir en la vida.
¿Quién se suponía que era yo?
-Eh, no pienses tanto y come algo.- Me ordenó
con aquella vitalidad que siempre la acompañaba, acercándose hasta mí con un
pequeño plato de pasta recubierta con salsa de queso azul.-Debes de estar
agotada tras los últimos acontecimientos.- Añadió mientras me daba de comer.
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-¡Si estás cabreada, grita o llora! ¡Pero no
la tomes con la comida!- Exclamó sorprendida, cuando tiré el plato a un lado
con mi mano derecha. No quería comer… no quería hacer absolutamente nada… sólo
quería dejar de vivir aquella odiosa vida.-Menos mal que hice de sobra.
-Soy
una aberración, desde que me concibieron no merezco vivir… mejor hubiera sido
morir dignamente en la batalla, que vivir siendo un estorbo.- Murmuré agotada,
mirando fijamente a las mantas.
-Como
vuelvas a decir una gilipollez como esa, te juro que, gustosa, te abofetearé.-
Me amenazó la tecno-maga, dejando por un momento de limpiar, con rostro
endurecido.-Aquella masacre no tenía nada de honroso. Incluso después de
matarlas, los Fatuos seguían torturando los cuerpos de sus víctimas entre las
sonoras carcajadas de su nuevo rey. Y, ten por seguro, que tú no hubieras sido
una excepción.
De
nuevo aquel palpable silencio en el que aproveché para quitarme la tela con
sumo cuidado y contemplar la herida: era repugnante. El corte se había
realizado por debajo de los nudillos, dejando tan sólo la mitad de la palma de
la mano y el solitario dedo pulgar. Pero no solo era eso, también se podía
contemplar el astillado hueso junto a los coágulos de sangre; todo ello
acompañado por un inmundo hedor a putrefacción. Ninguno de la Redacción se había
preocupado en curármelo. ¿Para qué? Si incluso antes de mi arresto ya habían
decidido condenarme a muerte.
-Gracias.-
Rompí finalmente el silencio, ante la extrañeza de Sael.-Por salvarme y
cuidarme.
-Gracias
a ti, por escribirme un nuevo destino.- Respondió mostrando aquella
deslumbrante sonrisa tan contagiosa.
-¿Alguna
idea de por dónde comenzar nuestra nueva vida de renegadas?- Le pregunté,
permitiendo que me cambiara el vendaje.
-Lo
primero es encontrar un Sanador, hay que evitar que se gangrene la herida.- Me
explicó animosa y llena de seguridad.
Ojalá
yo tuviera algo de su optimismo, porque la verdad es que no estaba muy segura
de aquello fuera a salir bien.
-¿Y
luego?
-No
tengo ni idea. Lo que sí sé es que ahora estoy hambrienta, así que ¡a comer!
Sí, me ha pasado. Viendo Maléfica, queriendo ayudar a la protagonista. O leyendo a Asimov, queriendo respaldar a alguno de los personajes.
ResponderEliminarQue gran historia que estás escribiendo. Me gusta el personaje de l tecno-maga. Y que bueno que Sael haya intervenido a favor de la Narradora.